Críticas de cine

Como en un espejo

 
 
Título original: Säsom i en spegel
 
Año: 1961
 
Duración: 91 min.
 
PaísSuecia
 
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
 
Música: J.S. Bach
 
Fotografía: Sven Nykvist (B&W)
 
Reparto: Harriet Andersson, Gunnar Björnstrand, Max von Sydow, Lars Passgard
 
Productora: Svensk Filmindustri
Género: Drama
Sinopsis

Durante un hermoso verano, un escritor, siempre demasiado ocupado y de temperamento frío y distante, va a pasar unos días con sus hijos, un adolescente y una joven con problemas mentales, que está casada con un médico que la cuida con gran ternura. Su estancia en la isla donde viven sus hijos desencadena una crisis que los afecta a todos, pero especialmente a él, porque toma conciencia de su incapacidad para darle a su familia lo que espera de él. (FILMAFFINITY)

 

 

                                                                                                               Pero, en definitiva, ¿qué es lo que quieres tú
                                                                                                                                                                  /el loco?

 

Habrá que preguntarse –así, como en una galería de museo-, si el título que seleccionó Ingmar Bergman termina por cerrar el ciclo de la película, como si de una breve vida se tratase, o más bien la lleva a otra dimensión sobre la que tenemos que mirar nosotros, esta vez más de cerca, sin garantías ni protección ni medicinas.

Me refiero a la cuarta pared. Me refiero al beso final y el casi-siempre-benéfico “The End”. Porque nunca hubiesen podido estar en esta película. Por el contrario, al espectador se le deja desnudo, carente. Y aunque parece que el filme cierra con un atisbo de esperanzadora calidez, la sensación térmica es por mucho inferior.

 

 

Probablemente sea una casualidad, pero el dramaturgo, actor y poète maudit francés, Antonin Artaud, de alguna forma había esbozado esta obra de 1961. En “El momo”, Artaud –que curiosamente actúa en la obra maestra de uno de los ‘profesores’ de Bergman, Carl Dreyer- realiza una delirante crítica a todo cuanto le rodea. Parte central de su obra fue su enfermedad, la esquizofrenia:

Si no hubieran aparecido los médicos,
no hubieran existido los enfermos,
ni osamentas de muertos
ni enfermos para descuartizar y despellejar,
porque la sociedad comenzó
con los médicos y no con los enfermos

 

Y es que toda la película está dotada de una especie de halo, de un componente sagrado, idílico, que parece reprimirse con la sociedad, sus enfermedades, sus médicos. Porque de alguna forma todos buscamos la revelación de Karin, esperamos que esa puerta se abra y por fin encontrarnos -¿enfrentarnos?- a Dios (y que cada quién le otorgue la forma, religión o sustancia que le parezca, porque hablo de algo universal).

La historia de Karin parece más bien la historia de un martirio, de una persona directamente ‘tocada’ por lo sagrado y que derrapa entre un mundo desolado y la paz absoluta. ¿Está Karin realmente enferma? O realmente ella ve lo que nosotros buscamos.

 

 

El final de la película puede resultar abrupto, difícil de digerir. Por lo menos a mí, me dejó una sensación de soledad –completa y compleja-. Porque el dios que Karin ve finalmente no es la respuesta a nada. De hecho, es todo lo contrario. Ingmar Bergman parece resultar escéptico. La única prueba de Dios es el amor, y sin embargo, en toda la trama el amor es algo muy secundario, y en realidad otras experiencias humanas cobran un protagonismo mayor: miedo, desesperanza, incertidumbre.

De ahí una sensación de soledad absoluta cuando termina la proyección. No hay nada a qué (o a quién) sujetarse dentro del universo de ficción de este filme. O quizás sea tan sólo una pregunta, que yo no soy capaz de responder, aún.

 

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